Ángela Jiménez:
Su elegante y a la vez sencilla forma de ver la vida, su personalidad descomplicada y su coqueta forma de ser convierten a esta escritora de sueños reales en una verdadera pieza para degustar.
Un sueño… un roce… y un pecado…
Creí conocer el cielo hasta el día en que el azar o la pasión me jugaron una mala pasada…
Así permanecía siempre. Incólume tras su escritorio. Sus anteojos le proveían un remilgo de circunspección. Su apariencia de hombre menudo y su talante de mantis religiosa dejaban asomar vestigios de mesura en su andar; pero cualquier mínima caricia que profería contra mi piel, bastaba para querer volver siempre a su lado…
Sin exagerar, la mirada de ese minúsculo hombre, podía llegar a despertar los más fuliginosos pensamientos en una legión de ángeles. Lo pude ver una madrugada mientras me entregaba a los brazos de Morfeo. Más precisamente en la tercera etapa de mis sueños, el cielo entero me confesó, que prefería no mirar su perversa piel, para no escarnecer a Dios ante su presencia…
Con su sonrisa angelical, conocí el pecado… “Mucho gusto… fue un placer”… y desde ese día, no volví a una iglesia… hubiera preferido una misa de réquiem… antes de vivir el agobio de no volver a mirarlo sólo por segunda vez, o por tercera… o quizá, por tener que preferir no perderme en su mirada a cambio de la tranquilidad eterna. Lo juro… prefiero revolcar el purgatorio de principio a fin, pero sin quedarme en esta vida, con las dulces ganas de que moje la superficie de mi columna vertebral, con la punta de su lengua… Reitero mi juramento. No cambiaría, por algún otro beneficio, el recostarme junto a su pecho, y escuchar sus latidos, cómplices irrestrictos de los míos. No reculo… Jamás haría trueque alguno, por dejar de sentir cómo vivo cada vez que las yemas de mis dedos erizan su piel, o cómo estremece mi cama con los más prehistóricos gemidos que le provocan mis caderas… Porque sé bien, que son ellas quienes lo llevan a seguirme…. no mi corazón… ¡Y no las envidio!
… No han de importarme las reprimendas, el arrabal, el derribo, el escarnio, la perfidia, la pena capital, el fracaso, o aún, el exilio…. Y sin embargo, vuelvo a jurarlo… No habría nada en el mundo, que me alejara de su vetusta apariencia.
...Desde hacía ya unos meses, y sin querer, había dejado de verlo… y una mañana, lo encontré en mis sueños (justo en la séptima etapa… en donde dicen los sabihondos, que pasado un tiempo podrían llegar a realizarse…)… No pasaron muchos minutos, cuando esa misma mañana encontré al hombre incólume tras el escritorio. Sí… al de vetusta apariencia que hacía estremecer el cielo con su mirada procaz… Y al despertar, reposaba en mi regazo. Fue entonces cuando decidí amarlo… y respondió con un beso tan dulce, que le robó los colores al sol y los posó en mis mejillas… (Desde el tálamo mullido, pude ver cómo los ángeles se retorcían de envidia)… Y con ese dulce beso, ese día pude descubrir al hombre, que sólo con un roce, me hacía arañar las nubes con las uñas de los pies...
Autora: Ángela Jiménez
3 comentarios:
Angela es un placer tenerte por aqui y mas grande aun el gusto al leer tus palabras... Besos y te espero mas seguido...
¡Caramba! ¡Menudo talento que hay por aquí!
Yo sólo me limito a preguntar, ¿Dónde habían estado guardadas estas joyas de las letras??? Los pasillos ociosos de la universidad no parecen esconder tantas cosas buenas.
De corazón: felicitaciones. Muy buen texto. Bastante sujestivo, por cierto.
que bello esto...me agrada tu escritura ángela
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